Cada vez que recoge su melena y la enrosca con las manos para ponerla sobre su hombro hace una pausa mental; quizá este acto reflejo sea para tomar aliento y esforzarse en llegar a una simbiosis entre una reflexión compleja y el lenguaje diáfano que utiliza. Y se me ocurre que Verónika Mendoza trenza también en esa larga melena la cosmogenia quechua y el racionalismo francés.
Es la mayor de tres hermanas. De madre francesa y padre de Andahuaylillas, un pueblo a 30 kilómetros de Cusco, quechuahablante. De niña vive entre Cusco y Andahuaylillas donde juega en las chacras de maíz de los abuelos, hace pan wawa (panecillos y bizcochos en forma de muñeco o bebé) con la abuela y bebe chicha con azúcar. Estudia en el colegio Santa Rosa y la enseñanza media en el Virgen del Carmen, ambos en Cusco.
El mundo de Andahuaylillas es el de mis primeros referentes, sonidos, olores y sabores. Mi abuelo era sastre, mi abuela era partera, de esas mujeres sabias que era capaz de curarte de mil males con hierbas e invocaciones. Tras su partida me quedó la sensación de que un mundo de tradiciones y conocimientos se habían ido con ella y que no supe aprovechar. Mis padres eran maestros; él profesor de secundaria, de filosofía; ella se hizo profesora de matemática en la Universidad Nacional de Cusco después de haber llegado a Perú tras la huellas del Che. La primera vez que salí de Cusco fue cuando tenía 6 años, no estoy muy segura de la fecha exacta. Vivimos un par de años en Francia, los que mi madre necesitó para concluir una maestría.
El despacho de la diputada Verónika Fanny Mendoza Frisch da a un sencillo claustro del edificio que fue el Hospicio Ruiz Dávila, abierto en 1858 para atender a señoras ancianas. Hace unos años fue adquirido por el Congreso de la República, cuyas instalaciones están muy cerca, y es donde numerosos parlamentarios tienen sus oficinas. En el despacho se respira sosiego en la recta final del verano limeño. La atmosfera parece atravesar la barrera del tiempo en pleno centro bullicioso de la ciudad. El sol, huidizo por costumbre, se muestra hoy generoso y hace resplandecer las fotos enmarcadas que reposan en la estantería frente a su mesa. Estoy tentado a hablar de Sembrar, el nuevo espacio político en el que anda inmersa y su cierto paralelismo con Podemos en España, pero me da rubor empezar por ahí. Así que miro los libros de su despacho y hablamos de autores preferidos.
Con Eduardo Galeano se hicieron explícitas mis intuiciones de un mundo en el que te roban la memoria para dominarte, te convencen de que el estado actual de las cosas es el único posible... Y entendí también que sí era posible revolucionarlas.
Con José María Arguedas reivindiqué la fuerza de la tradición y la cultura, como resistencia, pero también como fuerza liberadora.
Con Julio Ramón Ribeyro pude mantener viva mi capacidad de indignarme por la miseria humana, en todos los sentidos de la palabra, pero también de maravillarme por los pequeños gestos de dignidad, esos que te devuelven la esperanza en la gente.
Julio Ramón Ribeyro, considerado como uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana, fue testigo personal del Mayo del 68 en París, nunca quiso pertenecer al boom latinoamericano y enarboló una sola bandera desde su particular existencialismo, la de la dignidad; llegó a escribir en Prosas Apátridas algo sublime: “No somos más que un punto de vista, una mirada”. En esa misma recopilación figura la frase de su epitafio: “La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro”. Y es entonces cuando comprendo el amor de Verónika por Ribeyro.
Cuando cumple 19 años, Verónika se va a Paris, quiere ser psicóloga. Se matricula en la facultad de Ciencias Humanas Clínicas de la Universidad Denis Diderot y se instala en un cuchitril de 3x4 metros (une pièce) en el Barrio Latino, junto a los jardines de Luxemburgo. Una vez acabados los estudios, en 2003, decide seguir en Paris y se matricula en la universidad Sorbonne Nouvelle, conocida como Paris 3, donde hace un master de Ciencias Sociales. Cambia de casa y se instala en el distrito XX, cerca de Buttes Chaumont. Además de estudiar con ahínco hace trabajos precarios como tantos otros estudiantes extranjeros: cuida niños, locales de comida rápida y en la cocina de un restaurante del distrito 1, cerca del Louvre. Cuando tiene un rato, por la tarde, se refugia en el Centro Pompidou, donde se queda hasta que cierran, leyendo, viendo documentales o escuchando música. Luego toma la línea 11 del metro y regresa a casa.
Vivir en el XX arrondissement imprime carácter. Los barrios de Ménilmontant y Belleville son las playas de desembarco de grandes oleadas de inmigración y se encuentra el segundo barrio chino más grande de la ciudad. Es una zona enmarcada entre las exuberancias del parque Buttes Chaumont y Père Lachaise, el cementerio donde descansan los restos de Chopin, Rossini y Jim Morrison. También es el barrio donde vivieron Guy Debord, León Blum, Jaques Declos y Serge Gainsbourg, hasta que se mudó a Montmatre. El 28 de mayo de 1871 se desarrollaron en el cementerio las escenas más alucinantes de la batalla de la Comuna cuando las tropas versallescas perpetraron una matanza a bayoneta entre las tumbas abiertas. “La zona, - dijo Carlos Marx en La Guerra Civil en Francia-, muestra la furia que puede animar a la clase dirigente cuando el proletariado se atreve a levantarse para reclamar sus derechos”.
En su última época en Cusco, antes de viajar al extranjero, Verónika frecuenta el Club de Leones, donde se discute de los problemas de la sociedad pero sin llegar a mantener debates realmente políticos. Su primer contacto con la política lo hace en las cafeterías parisinas, de la mano de otros compañeros y compañeras peruanos preocupados por la marcha del país.
Es la época del gobierno de Alejandro Toledo. Se reúnen en bares o en alguna casa. Un día, en estas reuniones, Verónika coincide con una compañera del master de París 3; se llama Nadine Heredia y viene con su pareja; están firmemente convencidos de la necesidad de poner en marcha un movimiento nacionalista y progresista que gobierne en Perú. El propiciador de la idea es su marido, un teniente coronel de 40 años destinado como agregado militar en la embajada. Se llama Ollanta Humala y hace un curso de postgrado en el Centro de Altos Estudios para América Latina, también en Paris 3. Verónika quedó desde entonces prendada de la política y el compromiso militante. En 2005 Humala finaliza su destino en Paris y es destinado a Corea. El grupo crea el primer comité de apoyo internacional al Partido Nacionalista, luego vinieron los de España, Alemania, Italia, Holanda… Finalmente, Verónika acaba su master y regresa a Perú. Una buena parte del grupo sigue en contacto y ella se involucra dada vez más. Entonces empieza todo.
A Ollanta Humala y a Nadine les conocí a través de la comunidad peruana residente en París, cuando él era Agregado militar en la Embajada peruana. Ya antes de su llegada los peruanos andábamos inquietos por hacer algo por nuestra tierra y la construcción del Movimiento nacionalista nos pareció que era la oportunidad para ello.
En las elecciones de 2006 Humala no obtiene las firmas suficientes para inscribir el Partido Nacionalista, postula por Unión por el Perú y logra pasar victorioso la primera vuelta. El auge internacional de Hugo Chávez no juega a favor y, aunque no fue el factor determinante, ayuda a que pierda frente a Alan García por un estrecho margen. Al año siguiente se funda el Partido Nacionalista Peruano y Verónika, ya en Perú, integra la dirección como coordinadora de comités de apoyo internacional. Pronto huye del centralismo limeño y se va a Cusco donde se encarga de la secretaria de prensa de juventudes y portavoz de la comisión de la mujer.
En las elecciones del 10 de abril de 2011 postula como candidata al Congreso por la circunscripción de Cusco por Gana Perú. Obtiene 47.088 votos y sale elegida congresista para el período 2011-2016.En 2011, asume la Vicepresidencia de la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural, y forma parte de las comisiones de Pueblos Andinos, amazónicos y Afroperuanos, y de Ambiente y Ecología. Pero empiezan las divergencias con la línea política de Humala y su gobierno. El 4 de junio del 2012, Verónika, junto a los diputados Javier Diez Canseco y Rosa Mavila renuncian a la bancada y argumentan que el presidente "ha faltado a su palabra y los compromisos contraídos con el país". Ellos no se mueven, quien se ha movido a la derecha ha sido Humala.
Los partidos políticos ya no pueden ser cúpulas de caudillos que se reúnen para decidir qué es bueno o malo para el país, que es más o menos como han funcionado, cuando no han sido franquicias electorales que compran un logotipo para determinada candidatura. Lo político y lo social no pueden seguir divorciados.
Soy de izquierdas, del lado del corazón, de la justicia social, del bien común, de la reivindicación de la diversidad como fuerza creadora, de la solidaridad como valor esencial.
Sobre los políticos que admiro debo decir que conmueven más los que lejos de las cámaras y la afición, luchan por un mundo mejor, los anónimos. Pero, claro que hay "políticos" que inspiran también. De los de ayer, José Carlos Mariátegui; de los de hoy, Javier Diez Canseco, aunque ya se nos fue hace un par de años.
Recuerdo haber leído la definición del sociólogo franco-brasileño y director de investigaciones del prestigioso CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) de Francia Michael Löwy sobre Mariátegui: “Indudablemente es el pensador marxista más vigoroso y original que América Latina haya conocido”.
Hace unas semanas, Vero (como la llaman sus compañeros y amigos), junto a medio centenar de jóvenes que rondan la treintena, han puesto en marcha Sembrar, un nuevo espacio político que quiere darle una vuelta total a la política peruana. En su manifiesto fundacional se dice: “Reivindicamos la necesidad de renovar radicalmente la política, como construcción colectiva y solidaria, asumiendo la coherencia entre el discurso y la práctica, entre lo público y lo privado, como el tronco firme desde el cual nos abrimos y florecemos, echando raíces en las luchas históricas de nuestros pueblos, en su tradición, diversidad y creatividad, en las luchas cotidianas de las peruanas y los peruanos”.
Nuestra clase política no representa la diversidad y complejidad de sectores, de demandas, de luchas, de culturas del país. Pero no solo no nos representa, sino que tampoco define las políticas públicas ni conduce al país: se ha reducido a ser títere de los poderes fácticos, siguiendo el guion neoliberal de la desinstitucionalización, flexibilización y recorte de derechos ciudadanos para mantener un falaz crecimiento económico.
Estoy a favor de un gran frente de organizaciones políticas y sociales, de mujeres, jóvenes, indígenas, ciudadanas y ciudadanos honestos, progresistas, de izquierda, nacionalistas. Ese Frente Amplio debe ser una alternativa de gobierno que se sustente en el poder de la gente para construir un país en el que todos tengan iguales oportunidades, en el que se erradique la corrupción gobernando con transparencia y participación ciudadana, en el que se reconozca y afirme la diversidad.
En Sembrar confluyen diferentes corrientes, culturas y experiencias de todo el país. Hacen hincapié en la lucha por un trabajo digno, por el derecho a la salud y a la educación, por el derecho a hablar y cantar en las lenguas andinas y amazónicas, por el derecho a la cultura, por el derecho al propio cuerpo, por el derecho a forjar riqueza y bienestar respetando a las personas y a la naturaleza, por el derecho a amar con libertad, por el derecho a la felicidad…
Hace falta una voluntad política renovadora, transformadora, profundamente democrática, radicalmente ética. Esa voluntad no va a emanar de la clase política tradicional. Hay que potenciarla "desde abajo y desde adentro".
El parecido con el espíritu de Podemos, en España, puede resultar evidente aunque Vero y sus compañeros saben que cada lugar es diferente y cada momento tiene sus ritmos.
Creo que se están empezando a generar condiciones, de manera muy incipiente aún, pero emergentes al fin y al cabo, para que una nueva generación le cambie el rostro y la prácticas a la política. En sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales, campesinas, etc., veo cada vez más jóvenes y mujeres. Creo que empieza a despertar una nueva generación que reclama más democracia, más transparencia, que no se resigna. Pero el caudillismo, el machismo, la agresividad, son elementos constitutivos de nuestra cultura que va a costar superar...
Y el nivel de cooptación de los medios de comunicación de parte del gran poder económico me parece que es mucho más fuerte en Perú. Aquí el neoliberalismo ha conquistado los sentidos comunes y ahí hay que ir a disputar... Eso es algo que la izquierda peruana aún no entiende, sigue creyendo que todo se resolverá llegando al gobierno.
El otoño no empieza en este mayo limeño y el sol hace gala de su poder desmedido antes de despedirse hasta el año siguiente. Verónika suele usar blusas de color violeta y aretes largos de artesanía. Vive con su pareja, Jorge Millones, -un excelente compositor y cantante, exponente de la nueva trova comprometida de Perú-, y sus dos hijos, José María y Micaela.
Le gusta hablar de comida y le encantan los platos tradicionales peruanos: el ají de gallina, la huatia (cocción en un horno bajo tierra con verduras y patatas, quesos o pescados) con uchucuta (ají molido), el arroz con pollo, el cuy (conejillo de indias) al horno (“los españoles se espantarán!”), la trucha frita y el chocolate negro con 80% de cacao (“eso lo adopté en Francia”).
El boom gastronómico creo que ha ayudado, en alguna medida, a que los peruanos tomemos conciencia y valoremos nuestra diversidad y riqueza, pero no necesariamente ha incidido en mejorar las condiciones de nuestros pequeños y medianos productores. Hace falta valorar y empoderar a todos los que aportan a ese "boom".
Nos despedimos ante el ventanal que da al claustro del viejo hospicio, hoy agradable lugar de trabajo de los parlamentarios y con una cafetería en la que sirven un sabroso café expreso. Salgo a la calle, ruidosa, sudorosa y colorista y me encamino hacia la Avenida Abancay a tomar un taxi. Me viene a la cabeza la frase del viejo comunista y luego ministro de Cultura socialista Jorge Semprún, también amante y vecino de Paris: “He perdido las certidumbres y he conservado las ilusiones”. Y me imagino a la joven pero experimentada diputada Mendoza, pasándose la negra melena sobre el hombro mientras la musita con convencimiento y sentimiento.
(Fotos: Patrick Grey Murayari Wesember)